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Sebastianito "El manco" (Relato de la vida real)


jue Jun 26, 2008 12:29 am Título del mensaje: Sebastianito "El manco"


'Sebastianito' se llamaba y era un indio guambiano, vivía en un pequeño bohío en un claro de la selva frente a una laguna al sur de Colombia. Desde que aprendió a escribir decidió ser poeta. El maestro siempre le decía al taita Humberto y a la Mama Lucila, que el niño valía mucho y había que educarlo bien mandándolo a la capital. Pero se quedó huérfano a sus catorce años, había perdido uno de sus brazos por defender a su hermana pequeña de ser violada. Fue una terrible noche de invierno cuando los guerrilleros atacaron el poblado de madrugada, acribillaron a todos sus habitantes porque se negaban a sembrar coca. Bueno, eso fue lo que dijeron... “que por éso mataron a todos, por comemierdas”. Sólo quedó su Taita abuelo, padre de su taita, Nepomuceno Valdez Chonta, descendiente de un colono español, terrateniente; y de la mujer con la que se holgara "por derecho de pernada",  una india guambía; una empleada más entre las veintisiete indígenas y los hijos que engendraba don Benito Cienfuegos del Río, dueño de las cuatro arroceras más grandes del país y siete fincas de ganado de carne y porcino, como de los mejores cafetales de la zona de Piendamó.

Todos los del poblado trabajaban para el tercer Don Benito hijo de aquél otro del que descendía, hasta su taita, Humberto Valdez Lambala, que pertenecía al movimiento del pueblo Nam Misak (Guambiano) que, por entonces se iniciaba; pero ahora mandaba el heredero de don Benito, su hijo Abelardo, peor que el padre, un verdadero tirano. Había acabado con todas los cafetales para sembrar coca, así los indígenas no podían cosecharlo y obtener aunque fuese un infeliz salario que les daba su antiguo amo, su padre; pero peor era nada y se las arreglaban haciendo trueque, con lo poco que tenían en sus pequeños minifundios, pues hasta eso había conseguido el hijo de Don Benito, robarles sus tierras más fértiles que daban al río Páez y dejarles en la miseria. El gobierno no se enteraba nunca de nada y el alcalde del pueblo buen amigo del hijo del terrateniente con el que intercambiaba favores y "derechos de pernada", comentó que "el país es era muy grande para ocuparse de cuatro diablos indígenas bien pendejos y comemierdas"-

Los domingos en la mañana después de la misa, había "Mercadillo de Trueque”, lo único que respetaba el dueño de sus vidas para que los misioneros no informasen al gobierno de lo que pasaba; pero estos tampoco hacían nada por temor a represalias. Las mujeres llevaban velas de sebo, sus tejidos de tapices, telas, alpargatas, cobijas de lana junto a las ofertas de víveres que llevaban los varones por ser algunos muy pesados; costales con papas, fríjoles y maíz. Los ancianos llevaban ullucos, yuca, cebollas, ajos, arepas, tamales, frutos de la selva, junto a cordeles, lazos, cestas de mimbre y cabuya, enjalmas y algunos animalitos criados en los pequeños corrales de sus bohíos. Era lo básico que conseguían. Los misioneros repartían cartillas para aprender a leer, cuadernos, lápices, sacapuntas y borradores. Dos veces a la semana repartían en el comedor comunitario un vaso grande de leche de vaca, pan de yuca y tres barras de *panela (azúcar morena de caña endurecida) ; como también un racimo de plátanos de guisar y bananos a los niños y sus madres.
Los niños llevaban a sus madres la panela para que con ella les preparasen el desayuno por la mañana, un agua dulce hervida que llaman por esos lugares "agua panela", la acompañaban con patacones fritos de plátano pisado; pero tenían que transportar el racimo en una carreta o en una parihuela por lo pesado, desde la misión hasta el caserío a media legua de camino. Sus rostros cobrizos y sus ojos negros parecían brillar de alegría desfilando felices y agradecidas con la ayuda; a cambio tejían manteles, pañuelos y adornos con los hilos que les proporcionaban los misioneros, incluso ropas para ellas y sus hijos. Algunas mujeres jóvenes aprendían a usar las máquinas de coser en las misiones.

Don Abelardo supo que el Taita Humberto deseaba unir a todos los caciques de los diferentes cabildos, "para defender los derechos de los indígenas y sus tierras". Sabía dónde iban a estar y por eso envió a cuarenta guerrilleros bien armados para acabar “con la revuelta”; poco le importó que muchos de ellos fuesen sus propios hermanos, hijos de su padre, tíos y nietos, como hijos suyos, engendrados en sus empleadas. No le importó que estuvieran casadas y tuviesen sus propios maridos.

Cuando supo que no quedaba uno solo de los "sinvergüenzas revoltosos", pertenecientes al movimiento indígena pro derecho a sus tierras, se fumó un buen puro, se emborrachó y obligo a acostarse con él a la madre de Sebastianito, Lucila Tumiña, después le pegó un tiro en el vientre porque le dijo que estaba embarazada de su marido, que era hijo de su padre ya fallecido y por lo tanto su hermano.


“Ay, de buena se libró el hijuepucha” - se lamentaba el Tata Nepomuceno pensando que si su hijo hubiese quedado vivo, ya no viviría el hijo del Patrón. Sebastianito veía como su Tata abuelo lloraba cada día, sentado a la puerta del bohío y mirando siempre al mismo punto de la laguna, hasta que los mosquitos lo echaban pa' dentro. Siempre le decía que cuando muriese lo quemase y lo tirara al agua, en el mismo centro de la laguna que ese era el suave vientre de sus tierras perdidas.

El entretenimiento del chico era escribir a la luz de la luna. Hasta que su abuelo vivió pudo conseguir todo tipo de libros que le regalaban en las misiones de Santo Tomé del Pozo. Terminó estudios primarios y secundarios en las misiones cuando ya tenía veinte años. Cinco años después moría su Tata Nepomuceno con ochenta años acosado por las fiebres y fríos del paludismo. Hizo lo que le pidió. Esa noche cuando murió y después de dejarlo en mitad de la laguna llevándolo en su la canoa, torno a la orilla, se envolvió en su ruana, se puso la chompa que aún conservaba de su taita y allí se quedó en la orilla hasta el amanecer. Esa noche la luna fue su única compañía.

Viéndose sin nadie decidió permanecer por el día en las misiones para autoabastecerse con el trueque, escribiendo todo tipo de documentos, actas y cartas que solicitaban los campesinos indígenas, mayores y analfabetos, a cambio de alimentos, ropa y calzado, cuando lo necesitaba. Hasta algunos animales y aves vivas que llevaba al corralito del bohío, para mantenerse y no tener que buscar algo de carne por la selva. Al estar impedido por falta de uno de sus brazos le era difícil cazar como lo hacía su abuelo a la vieja usanza, con el arco y las flechas.
Así pasaba la vida en su bohío construido por los dos años atrás. Le gustaba mirar la luna durante sus fases lunares, dejaba la ventana de su hogar abierta con el marco de anjeo puesto para que no entraran los mosquitos, así ‘atrapaba’ su luz sobre el catre de bambú por unos momentos. Carecía de luz eléctrica. Cuando se terminaba el queroseno o las velas se apagaban, por el viento que soplaba fuerte cada tarde atravesando las rendijas del bohío, se enfriaba mucho más el ambiente y la soledad del hombre que había crecido acostumbrándose a ella, se hacía más dua, entonces se ponía a escribir al paso de la luz lunar que iluminaba la habitación. La luna era su protagonista y motivo de todos sus poemas. Cuando ella estaba en lo alto y en todo su esplendor era cuando más escribía. Ninguna mujer le quería como marido por faltarle la mano.

Su humilde vivienda estaba ubicada en un claro de la selva, cercana a las misiones a un Km más allá de la laguna. Algunos días se acercaba en la canoa cuando no había niebla y aprovechaba para echar la atarraya y ver lo que caía a su vuelta.
Nunca salía de noche pero aquélla vez antes de salir la luna, estuvo fuera del bohío un buen rato hasta que la niebla se hizo espesa y ya no se vio, pues la canoa atada fue encontrada más allá del embarcadero en unos matorrales; estaba medio sumergida en el agua; dentro había un cuchillo y un palo ensangrentado en un morral de cabuya. Después buscaron por el lago el cuerpo del chico. Los misioneros se hicieron cargo de todo, hasta de su entierro y sus escasas pertenencias. La comunidad indígena silenció su muerte por un tiempo a ruego de los propios misioneros.
...

Don Abelardo, el hacendado y terrateniente, apareció muerto en su habitación con una puñalada en el corazón y con la cabeza destrozada, dos días antes de encontrar a Sebastianito flotando en el agua de la laguna de Tota, en el valle de Tenza. “Naide había visto u oído nada”.... La canoa la llenaron de piedras para sumergirla del todo en la laguna junto al morral.
...
 
Tampoco sabían en las misiones que Sebastianito “el manco” escribía poesía hasta recoger sus pertenencias.
Las gentes en la misión cuentan aún que... "deseaba tanto a la luna que se había enamorado locamente de ella y por eso fue en busca de su reflejo, pues permanecía largas horas esperando verla salir hasta verla reflejada en las aguas rizadas por la brisa de la laguna."... "Una noche de luna llena cuando la vio aparecer no dudó acercarse a la orilla y desnudándose, caminó hasta hundirse en el agua desapareciendo poco a poco bajo la superficie". Añaden también que... "fue al encuentro de la luna porque ella no podía bajar a verle, su reflejo le obsesionaba y que pudo volverse loco viviendo tanto tiempo solo después de morir su Tata, quiso abrazarla por fin entregándose para siempre a su amada”.

El país conoció un nuevo poeta y su último poema lo tituló:

Sobre el lecho de barro

Sobre el lecho de barro
una luna me espera,
y me llama un reflejo
de laguna y quimera...

Abrazando mis huesos
reclamándome todo;
a este cáliz sin cuerpo
se lo ofrezco a su lodo.

Siempre amando a mi luna
voy sintiendo que bebo
el amor que me ofrece,
...a medida que muero.

El amor que me ahoga,
el amor que le entrego,
el amor que yo anhelo
retornando a mi cieno.

Autora: Elisa Lattke


**El relato está basado en algunas realidades de los pueblos indígenas pero su texto es ficción y original de su autora. Se han respetado ciertos datos ambientados en el lugar de los hechos donde se desarrolla la vida del protagonista. El movimiento indígena de los guambianos es una realidad en Colombia como la unificación de muchas tribus desde su inicio en 1920.

"La fuerza de la gente" es un texto testimonial y autobiográfico del Constituyente y ex senador indígena, Lorenzo Muelas Hurtado, que narra y discute la institución de la terrajería y el surgimiento de las luchas y movimientos indígenas del siglo XX en el sur occidente colombiano. Su condición de terrajero e hijo de terrajeros, así como de líder de las luchas indígenas, hacen de Lorenzo Muelas un testigo de excepción de un fenómeno social que merece ser conocido en sus formas más íntimas, no sólo por las comunidades indígenas, sino también por el resto del pueblo colombiano. La primera parte del libro está centrada en los sistemas de hacienda y terraje, que llevaron a la desintegración del territorio y de la comunidad guambiana. Esta parte de la historia muestra cómo las condiciones de opresión propias de la terrajería generaron un movimiento que buscaba eliminar la esclavitud y la miseria sufrida por los terrajeros y recuperar las tierras que los terratenientes le habían arrebatado al pueblo guambiano.

La segunda parte narra las experiencias personales del autor. Allí está expuesta su vida desde que nació como hijo de terrajeros, su proceso de formación y aprendizaje, su experiencia como terrajero, jornalero y finalmente como extraño en las nuevas tierras a donde su familia se vio forzada a desplazarse.

La parte final del libro comprende los últimos treinta años de terrajería en territorio guambiano y los procesos de lucha que generaron la organización indígena que conocemos actualmente en el Cauca."
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"*Un mañana deseado, es sólo un hoy que aún no termina de hacerse realidad.* (Elisa-06)
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**En el fondo de todas las ideas se enciende y apaga un principio Divino; somos de su sueño una chispa de vida que lo mantiene, por eso necesita de todos para ser llamarada, luz, iluminación, ¡fuego!
¡Sopla, Señor, sobre mí, sopla para que no apague!* (alv-09)

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