Amigos, familia y conocidos

viernes, 23 de abril de 2010

Izando velas y soltando hilos... (Reflexión)


Una, que ya no sabe de dónde es, si de aquí, allá o más allá... 
Que tiene espíritu de peregrino cruzando mares, abrazando cuerpos amados, tierras nunca nuevas  por lo entrañables para quien tiene la sangre en algún lugar y, el corazón latiendo en otros puntos diferentes de cada destino; allí donde los pensamientos se prolongan en el tiempo. Fieles, sensatos y llenos de sentimientos.

Donde nos dejamos tantas cosas buenas, donde respiramos el aire de la vida de otros seres bien queridos. Incluso, cuando más falta nos hacen. Pero nos aguantamos fervientes y pletóricos de amor, sintiéndolos en nuestro ser y en cada latido.  Donde sentimos que estamos vivos para seguir amándoles, prestando ayuda física y moral si les hace falta.

Para hacer sentir lo mismo debemos pensar que reparamos la vida de los otros en la nuestra, o de forma igual, la de ellos en nosotros cuando nos aman y recuerdan, necesitándonos.  Reparamos con nuestra presencia muchas cosas y ellos también nos la dan: La adustez del gesto cuando nos miran o su sonrisa. La necesidad de saberse dueños de algo hermoso, la familia o la amistad y todo en la gratitud de ser  también hijos de la vida, con las manos en los hombros del otro; con la cabeza en su pecho, con el beso en la frente o en las labios, con la estrecha realidad de los abrazos. Y los encuentros se hacen felices, por volver a ver de forma tangible lo querido y esperado. Con los dedos entrecruzados en otras manos, con la caricia y el beso, la cercanía; con el roce trémulo de unos labios en el rostro dando amor  que se necesita,  con esa ansiedad en la necesidad de ser en lo que es, algo más que no un extraño que llega o va de paso sin dejar su huella.  ¿Por qué negar lo que nos produce en el ánimo, cuando sabemos el bien que nos hacen o nos hicieron, aquellos que nos dan algo a cambio y es amor? Donde nos dejamos un pedacito o un cielo de inmensidad de lo que somos... ¡Por eso los recordamos, amando!



 Todo ese mundo tan entrañable  y especial en los otros de nosotros o, lo contrario, siempre se añora. Ya sea por su forma de ser y pensar, darse, sentirse  en la piel, en el entorno con las cosas de sus detalles imborrables. Gentes, ciudades con sus calles, aromas y paisajes. Sí, sus cosas y las nuestras, la vida que aman y amamos, lo que le rodea; su labor, la sonrisa y la mirada, el lugar donde se permanece la mayor parte de un tiempo que se comparte, incluso estando lejos. Sus costumbres y las nuestras que, a veces pueden alterar sensiblemente sus vidas o la nuestra, por la breve cercanía  de nuestra presencia, pero se desea compartir.

Hay todo un mundo que recogemos a nuestro paso por otros lugares donde vamos, lugares de amor, pueblos, villas y caminos, ríos y mares. La flora, los alimentos, el aire de sus gentes, el paisaje, la música, el canto de las aves, bosques y veredas, otras lenguas con sus dejes; siempre una mirada diferente y sobre todo, la complicidad  que nos hace especiales ante lo que vemos y nos ve. Gestos conocidos, y reciprocidad del cariño. Pero hay algo más que no olvidamos, que vibra, que añoramos y es la voz de los que queremos, ¡sí, la voz, la voz, la voz de los seres que se aman que no podemos traerla para sentirla cerca cuando nos llaman, aunque la escuchemos a través de lo que nos acerca tecnológicamente; con su peculiar manera de contarnos las cosas de sus vidas, con su expresión al hablarnos mientras nos siente sin mirarnos, pero no es lo mismos sin la presencia del otro. Hay cosas así tan entrañables que no podemos olvidar.

Una, que ya casi se siente como que en un naufragio de pensamientos, donde se mecen las ideas, cuando se sabe a qué madero la propia vida se ha asido y, cuando la existencia conoce de otros naufragios interiores y exteriores en el mar mismo de las ideas, donde se enredan las experiencias de los hechos en sus resultados buenos y malos; siempre se halla una disculpa para estar abordo de la propia nave, ante cualquier peligro... Y, pase lo que pase ante borrascas o calamidades que inundan la cubierta de nuestro ser, timonel sin pericia y no capitán de navío, pues cuesta trabajo dominar el mar de confusiones, tendiendo a hundirnos definitivamente. Intentando buscar en otras situaciones un puerto cercano, evitando chocar contra las rocas cuando la nave zozobra o, buscando 'la tabla del ahogado' para permanecer a flote, mientras pasa la tormenta. Porque la fe es lo único que nos hace vivir un poquito mas. Sabemos perfectamente de la experiencia de la vida a través de las calamidades no esperadas pero sí probadas en nosotros, de lo que le hacía falta en cada momento, o de lo que impedía o frenaba las soluciones o alteraba el desarrollo del viaje.

 Se entiende, entonces, que no se va a "ninguna parte" o sí..., por lo que aprendemos. Pero sí sabes donde debemos ir o vamos todos, si no solucionamos los naufragios interiores; absolutamente todos a nuestra  manera, pero también sabemos y estamos muy seguros, que nuestros recursos morales y espirituales son probados, porque el bagaje o la carga de nuestro 'pequeño navío' ante la inmensidad que nos confunde, puede con todo lo que le echamos, desde que tenemos conciencia de saber qué es la Vida y el cómo  se va mejor o peor por la misma, a pesar de arrecifes sin faro que nos guíen, como de sargazos que nos enredan o limitan, pero vamos con el motor a tope o intentando gastar una mínima energía, para llegar completos aunque llevemos el alma a cuestas. Aunque tengamos que utilizar los remos para  arribar a nuestro destino. Pero de  alguna forma 'nadar en el tiempo' significa ir buscando peces de colores, hasta cantos de sirenas, viendo como va desapareciendo la nave-cuerpo que nos trajo a otros mares... y, la nuestra, la propia que manejamos se encamina de exacta forma a su destino.

Saber cómo ella, nuestra 'nave', aprendió a defenderse lejos de todo: Patria, amigos, familia, costumbres, lenguas; que ya no es por la otra nueva realidad que se adquiere,  por la necesidad de amar y ser amado, la de dar sentido a la propia existencia, formando una familia, experimentando la realidad y, en mi caso como mujer que soy, albergando  nuevos cuerpos dentro de mi seno materno, siendo lo que se es: madre y luego abuela... -¡Qué bella experiencia!- Lo que hace venerablemente sensitivos, comprensivos, más humanos y comprometidos con la existencia propia y ajena, porque aprendimos demasiadas lecciones y siempre fueron buenas.

Ahora cuando aún el bastón de apoyo de los que me han precedido en el tiempo, está  y espera en algún rincón del hogar, indicándome que puedo  necesitarlo o... no, dependiendo de mis fuerzas o salud cuando llegue el momento de irse abandonando a las circunstancias que limitan, hasta que ese apoyo se vuelva a dejar en manos de los descendientes. Pero, quizá, sea el amor el bastón más seguro para caminar firme y erguido hasta el final de los días con toda la dignidad que 'las naves cuerpos' se merecen. 



Pienso que , también en las manos de nuestros seres queridos más jóvenes, tendremos que  dejar la propia barca-cuerpo, en su caladero natural cuando se va escorando; la que ya necesita ganarse el título espiritual de capitán de navío, para manejar los aperos y una vela nueva, la que llevará en su mesana mayor aunque se nos rompa hasta la quilla; pero aún se ilumina en su cubierta con la luz de la luna y, por el día, con un  canto al sol de los vuelos de gaviotas. Se anhela sorber el último momento que nos regala el aire y el amor se hace empuje de brisa, para sentirse agradecido  por todo lo que se pudo disfrutar de la existencia.

Nosotros, los más viejos, nos iremos poco a poco de las vidas de  nuestros hijos y familia, amigos y conocidos. Nos iremos del amor también para ser amados de otra forma a través de los buenos hechos, de las cosas que pudimos dejarles en la memoria y que fueron y seguirán siendo útiles a ellos. Saben todo esto pero callan y nos siguen sonriendo, porque temen interrumpir el sueño en el cual también aún permanecemos unidos. Temen despertarse sin nosotros y nosotros sin ellos, en otra luz  que se aleja definitivamente, para que el tiempo se encienda en otra esperanza nueva. La suya, porque la nuestra decide apagarse momentáneamente, para coger otro rumbo.

Así que por eso, desde ahora,  voy izando mis velas segura de saber cuánto tengo, amo y he querido en este viaje de paso que es sólo mío, con la experiencia de este cuerpo-nave en que ella. Mi alma consigue llevarse lo mejor para llenarse de todo cuanto necesita, ella es parte también de lo que acumula en su sistema con la química del cuerpo, lo que el produce y le  proporciona y le transmite como  'nave' de experiencias al alma, pequeña esfera transparente que viaja...en la memoria del cosmos-, pero en la dulce compañía de lo que ama y se va poco a poco dejando, pero es siempre reconocible.

Y una luna que me sabe, que me ilumina  en el mar de mis ideas. La musa de todas mis sueños que acompaña desde un más allá, conoce de qué está hecho mi farolillo de fogaradas de tardes llenas de ocasos; nuestro faro en el mar de nubes del cielo, que aunque se nuble temerosa de no verme o sentirme allí dentro de 'mi charca', cuando no le escribo mis poemas, aparece... aparece porque sabe que sin ella no hay luz dentro de lo somos como alma. Así que ella es como "la rosa de los vientos", del amor que pongo en cada latido como éste que le dedico, con mi vela izada y el ancla también, para seguir avanzando hacia 'el paraíso' más profundo de "la Tierra Hueca", allí donde se descansa a la espera de otro destino, en el gran acumulador de Energía donde se genera la Vida. Nuestro Dios.





Elisa
10/ab

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