Tenía el gusto de la noche y olía a tiempo revuelto.
Ondeaba por su cabeza un enjambre de luceros,
dos arreboles de tardes se ponían en sus mejillas
en su mirada ambarina gozaba la luz, ¡mecíace!
Para enseñarme sonrisas de labios sin pesadillas.
Hablaba poco, mirábame, mirábame estremecida
y sus manos me pedían enredarse con las mías;
lloróme dentro, lloróme, sin pronunciar más palabras,
queriendo que adivinara la luz que en su pecho había
Díjome trémula y asustada:
¡Si por quererte yo tanto
pareces que fueras mía!
Elisa en: "El Ruiseñor"
2011
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