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miércoles, 10 de noviembre de 2010

Mi astro no responde...


Amor, cuando nos rodea la incertidumbre somos espacio vacío de sombras, señuelos, pruebas, áridos despojos expuestos a un ayer de escombreras. Necesidad de sabernos y hacernos las preguntas, necesidad de morir  sin preguntarse, cuando la tierra aún no nos reclama y el cielo teme a su hueso que demanda. No sé si el amor se inventa o imagina o somos lo que nunca fuimos, pero creímos ser en otros algo más que lo que somos, como lo es una cotidiana huella que les toca; quizá nos lo pensamos y ahora  seamos el reflejo de una imagen repitiéndose en el eco y en el tiempo, más de lo mismo; buscando e indagando cómo reconocernos en los otros, cómo estuvimos aquí y para qué llegamos de nuevo y por qué queríamos, porque sabíamos del azul de un mediodía, de unos ojos amados, unas palabras entregando sus temores a la tierra  y del llanto del alma. Cómo la pálida rosa se quejaba de las noches y la brisa enredaba en nuestro ser su aroma, murmurando ausencias.


Aún cuesta imaginar motivos para sentirse vivos, para seguir con una Verdad a cuestas, en esta esclavitud de transeúntes obedeciendo al rito de la fraterna estructura... ¡Cuando compruebas la ceguera o la necedad desplegada y conoces la historia y, germinando, creces en la tormenta del bullicio del mundo; y sabes cómo en el dolor de pertenecerle, entorpece el batir de nuestras alas! ... Te conviertes en uno de ellos y eres de lo mismo, del llanto de los vivos, ¡siguiendo sus malditos pasos de la carne!


 ¿Y dónde te hallabas tú, Amor, cuando se arriesga y siento este tu azote dibujar el tiempo? ... ¡Cuando es tu beso lo único que pudo acariciar mi alma, liberándome! ... ¡Nunca he dejado de seguirte a través del tiempo, sin embargo aún no sabes nombrarme de igual forma! Me prefieres de las flores y las tumbas de este martirio vivo en Camposanto, cuando me sabes salobre como el mar... ¡Agua! ... ¡Cuando me siente aire y te asfixias! Alguna vez enterraremos la muerte para redimir tanto dolor, alguna vez seremos del amanecer en la sustancia del cuerpo, y en el seno de la Eternidad nos alojaremos; dejaremos este cansancio peregrino, aleteo de espantos y renunciaciones. Alguna vez el fuego maleable me descubrirá en este iniciado invierno para dejarte la última flor de un pensamiento en mis poemas. Me tenderé en la invisible mirada de un encuentro traspasando la forma de tu mano retenidas en las mías, abiertas mis heridas recogeré por fin tus lágrimas con mis besos. No me verás más, sólo sabrás quien se vuelve... Entonces, también sabré por qué mi astro no responde y tú, Amor, sabrás por qué siempre te abrazaron unas alas.


Elisa

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