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lunes, 13 de diciembre de 2010

Ella, la niebla del amor





Ella se merece una semblanza escrita tan suave como las gotas de rocío en suspensión. 
La niebla es como el amor que se esconde para llorar en el bosque, pero se delata entre los árboles baja por las laderas de las montañas, sucumbe al encanto de los valles y se pierde entre el rastrojo de los montes, dejando hilos de señales colgados de las ramas.
Y cuando baja a la ciudad a recorrer con su llanto las calles, termina siempre al lado del agua porque sólo allí la absorbe el tiempo con el que se cita, se cuelga del encanto acariciante de los saltos del río o de los rizos de las olas del mar; se deja llevar de su indolencia y, lasa y sin fuerzas para seguir viviendo, se deja también llevar por su llanto en su tristeza.

...
La niebla del amor es como ella misma, reflejo de las gotas que la forma, desconcierto de la atmósfera que nos sorprende con sus tenues sombras grises entreveradas de blancas luces, donde se esconden en cada gota las lágrimas del Creador. Brilla cuando el sol las dispersa en los caminos del alma, entonces, se estrechan y alargan con la brisa persistiendo entre los matorrales bajos, arrastrándose por la hierba de los recuerdos, colgándose de las ramas de los pensamientos, pareciendo hilachas desprendidas de lo que no pudo ser... Se desmadeja entre los espinos dejándose caer a los lados de los caminos desfallecida, como si buscar algo más y, serpenteando a un lado y otro de las cunetas y los montes bajos, se enreda entre las rocas. 


Hay momentos que con la helada invernal toma la estructura de un manojo de gotitas de aire hechas de hielo. Al mirarlas a la luz son tan bellas y finas como un racimo de esferas de cristal; parece que contuviesen la esperanza del Creador recogida en la luz congelada, para que no se escapen de su sueño y ver por fin a sus hijos libres y sin tristezas. Entonces se la lleva a un nevero a que se conserven, guardándolas con todo su encanto, por eso los anhelos imposibles tienen la dulzura lánguida de la niebla en nuestras almas.  Se piensa que son los besos dados o las caricias que se persiguen invocando ese bienestar consentido en quien la forma. Ellas, las gotitas de aire hechas de hielo son parte de las lágrimas de Dios en nosotros, cuando los sueños no se cumplen al faltarles el calor de la Fe.


Pero la niebla del amor puede ser una loca desquiciada por el sentimiento, el que no pudo Él mismo Dios esconder del mundo, cuando se dio cuenta que ya no podía volver atrás, rectificar aquello que dejó en el camino cuando ella oscurece nuestros pasos. Cómo no va a sentirse mal si no seguimos la mágica y verdadera senda de su Amor, el que nos lleva a liberarnos de las sombras, las del mal que se esconden en su llanto al advertirnos. Aunque intente quitárnosla  de encima, ellas nos desvían de nuestros mejores sueños. Por eso en el amor hay que andar juntos quienes verdaderamente lo sienten, para no perderse entre el bien y el malporque lo último no avisa y hay que andar hasta más allá de nuestro bosque interior, salir de nosotros mismos donde podamos ver desde fuera todo cuanto nos pasa, y cómo desaparece ante nuestros ojos lo que nos atrapa en la desesperación cuando necesitamos de la claridad del verdadero amor; el es camino hacia su esperanza, nos da la vida y  las razones de estar en el mundo. La niebla en nuestra realidad nos llena los vacíos, por eso sabemos que Él ha estado con nosotros cuando nos hallábamos tristes... Lloraba.





Elisa
2009



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