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jueves, 19 de septiembre de 2013

El Gran Vigía



Imagen: Faro de tarifa


El gran vigía (Relato)



Contra viento y marea, como se dice, pero había que volver a pisar la arena de sus playas y reconocer de nuevo al ‘Viejo Vigía’ siempre atento y erguido frente a las costas de Tarifa. 

Allí seguía sobre un alto rocoso de la ensenada, la que se prolonga más allá de toda la costa a un lado y otro desde donde domina el entorno. El mar en estrecha fusión de sus oleajes lo abraza a diario. Unas veces apacible y otras furioso, pero allí está atento con su único huésped en su interior que sabe cómo mantener su 'ojo avizor' encendido, tanto, como el sonido de su sirena en caso de peligro. Él es uno de los pocos fareros que hay en esos lado de la España peninsular, el único que permanece cada noche con el foco salvador encendido, para tantas embarcaciones que temerariamente se acercan de forma peligrosa a la costa, pescadores pobre del otro lado de de Áfriva y es que, al bordear los arrecifes de sus  fondos muchas desconocen el lugar y encallan. 

'Manu`el farero, como lo suelen llamar, siempre ha avisado por radio a la Comandancia de Marina y rápido consigue ayuda para favorecer a los confiados navegantes. En ocasiones ha tenido que albergar a más de una veintena de náufragos por el crudo invierno. Ateridos de frío demandaban ayuda y un cálido sitio donde pasar la noche y tomar algo caliente. Al farero nunca le ha faltado nada para atenderlos y ha sido feliz con su compañía. Viudo y lejos del mundo y de su única hija y nieto se mantiene al cuidado del faro y sobrevive a tantos años de soledad.

...

En otro lugar del continente africano, su hija, Ámbar, hacía otro tanto para alcanzar de alguna forma volver hasta donde se hallaba su anciano padre. Había pasado más de una década sin volver a Tarifa pero ese día era especial para ella y su hijo.  Ambos venían de vuelta a ver a "Manu", Manuel Zarasti Pliego, padre de Ámbar y abuelo de su hijo, Anú.  

Años atrás ella no pudo resistir la muerte de su madre y abandonó a padre Manuel, llena de dolor; no quería seguir viviendo en ese sitio tan aislado toda su vida y se armó de valor y se lo dijo: "padreno quiero terminar como madre  arrancando percebes de la rocas... Tampoco quiero ver el mar que se la ha llevado..." Ambar no  había olvidado cómo su madre cayó por el acantilado ante su presencia, no pudo hacer nada porque era sólo adolescente. Intentaba salvar el marisco que recogía adherido a las rocas cuando bajaba atada de unas cuerdas; aprovechando la retirada del oleaje; así una y otra vez para separar los percebes de las paredes rocosas mientras los iba introduciendo en una canastilla de boca cerrada que colgaba de su cintura, para no perder ninguno... Pero ese fatal día se desato la canastilla y quiso salvar el marisco... Era un trabajo duro y el producto formaba parte de la economía familiar. 

Ámbar desde niña se había acostumbrado a verla bajar donde el mar golpeaba furioso  una y otra vez,  allí se pegaban los crustraceos y veía  su madre desde el mirador donde permanecía asomada largo rato temiendo por su vida. Pero su madre decía estar siempre segura de lo que hacía y de vez en cuando levantaba la mano para saludarla y su voz se perdía en el fragor del agua. Pero la miraba mientras se sentaba a leer cuentos o hacer los deberes de la escuel. Luego al ir creciendo estudiaba para poder terminar la primaria y así siguió con el único profesor que venía una vez a la semana desde la península; más tarde tuvo que irse a donde una Tía hermana de su padre, para poder seguir estudiando  en la universidad de Granada. 

Con el esfuerzo  casi diario de su madre y lo que ahorraba de la venta del marisco, había podido terminar su formación. Su padre en medio del dolor no frenó su deseo de marcharse lejos y entendió que ella necesitaba un tiempo para estar a solas consigo misma lejos del faro,  los dos lo necesitaban pero él no podía abandonar su oficio, más que nunca le era necesario; así que Ámbar aprovecho la barca que traía las provisiones por mar y se fue al otro lado... 

Ahora volvía con un hijo y no sabía cómo su padre los acogería, siempre había seguido en contacto con él por radio. No sabía de los cambios ni tampoco de la salud de su padre y cómo iban las cosas porque él nunca quería hablar de ello, pero los faros ya funcionaban solos y la tecnología empezaba a cambiar todo. Seguro que la soledad y los años lo habían marcado tanto como a ella por el sufrimiento y la pérdida de los seres queridos,  pero confiaba al escuchar su voz por radio teléfono que estaba vital, aunque temía que las preocupaciones por las revueltas empezadas en Agadir pudieran haberle inquietado pensando en lo peor, además por las indiscriminadas muertes de algunos seguidores de Omar Benjelloun, como él mismo se lo dijera, pues pudieron preocupar a su padre. Tampoco sabía de la muerte de su esposo y padre de su nieto, como de toda la familia por estar a favor del líder. Había perdido el contacto por radio con su padre unos días antes y, una vez que pudieron asegurar la huida sólo pensaba en que su hijo no perdiera el contacto con su abuelo, el que desconocía físicamente pero eran las únicas raíces que le quedaban de su vida después de la muerte de padre y su familia. 

Cuando pasaron los hechos, ambos se habían salvado gracias a estar juntos y fuera de la casa, pero también gracias al improvisado escondite que hicieran para ella y el niño temiendo lo peor. Quizá, Anú, también se convertiría en farero y ella tendría que hacer lo mismo que hacía su madre para que el chico estudiara.

A medida que se acercaban el corazón de Ámbar parecía que se iba a salir de su pecho. Anú, conocía a su madre y apretaba su mano con fuerza. Los dos se miraban y sonreían esperanzados al ver que culminaban por fin la meta que se propusieron.  El adolescente con cara de niño besaba las manos de su madre lleno de dicha al divisar  a lo lejos la gran mole alzada sobre un montículo… Recordaba las tantísimas veces que ella hablaba de “El Gran Vigía” y cómo contaba historias de naufragios y la forma de conseguir salvarlos a todos. Y cuando ella hablaba de su abuelo Manuel, lo hacía con lágrimas en sus ojos de la misma forma que cuando recordaba el mar que los esperaba. Estaba seguro que se llevaría bien con su abuelo y los acogería feliz dándoles la tranquilidad que necesitaban. Llevaban mucho tiempo esperando ese  momento después de un largo mes de penurias, donde el terror no faltaba a cada paso. Había aprendido a amar la tierra donde naciera su madre tanto como al único abuelo que le quedaba. Necesitaba conocerlo a sus catorce años después de quedarse sin su padre.  Atrás se dejaban mucho dolor aunque llevasen una parte del mismo en sus corazones y a los que nunca olvidarían.

 La difícil huida entre tantos sobresaltos por las noches y las largas jornadas de camino a través del desierto con calor, sed y vientos de arena fueron horribles; las noches llenas de frío pegados el uno al otro para soportarlo; los refugios improvisados entre algún saliente rocosos que a veces estaban  llenos de escorpiones y había que encender alguna fogata para ahuyentarlos. Gracias a la ayuda de Alí, un amigo de su padre, pudieron escapar y se preocupó por acompañarlos hasta la costa. Su padre también quería escapar, él sabía lo que tenía que hacer Alí si le pasaba algo y así ocurrió. Lo encontraron en el caserío con su familia. No pudo ser  porque alguien supo que iba ese día a ver la familia y allí llegaron las milicias rebeldes no dejando a nadie vivo, los asesinaron a sangre fría.  Todo fue muy rápido y menos mal que Alí estaba al tanto vigilando cerca del pozo donde su padre los obligo  permanecer mientras estaba  con su familia. Allí escondidos estuvieron durante más de un día hasta que se fueron  los rebeldes. 

Buscaron por los alrededores porque los oían. Cuando Alí se acercó al caserío descubrió que los habían asesinado, pudo darse cuenta que faltaban, busco donde sabía que podrían estar y los llamó, traía algo de agua y pan y se encargó de recoger algunas ropas y calzado para ambos y no dejó que se acercasen a la casa. Él los ayudó para que pudiesen salir de ese infierno y escapar, así consiguieron llegar donde ahora estaban y parecía un increíble milagro. Llevaban pocas cosas encima para poder huir, pero las suficientes para sentirse de nuevo seguros por tenerse los dos; sólo faltaba estar cerca del padre de su madre la única esperanza que les quedaba e intentar olvidar todo el dolor de lo ocurrido, como se lo prometió a su padre sabiendo que estaba muerto. Los ojos ámbar de su madre eran los que le daban el valor suficiente para seguir y sabía que los suyos también cuando la miraba.

Tan pronto como alcanzaron el rocoso camino que llevaba al "Gran vigía" comprendieron que algo hermoso les esperaba,  que todo iba a ser diferente como así lo habían soñado; allí en un alto del camino estaba Manuel mirando la lejanía con sus prismáticos hasta que los enfocó al oír que lo llamaban.  Al ver que llegaban empezó a bajar con los brazos en alto agradeciendo a Dios la llegada de su hija y su nieto. Anú intuía a quien se acercaban porque llevaba un mes sin saber de ellos y temía seguramente por sus vidas. Sabía que era su abuelo porque en el faro no había más gente que él y empezó a correr para abrazarlo. Ámbar no pudo más, estaba agotada, llena de emoción por el encuentro con su padre comprobaba la felicidad de su hijo abrazado a su abuelo y se dejó caer sobre el empedrado camino para besar el suelo que los recibía.


A. Elisa Lattke V

2 comentarios:

  1. Hermoso relato Elisa querida, veo que también te deslizas con soltura con la sabiduría de una escritora. No te había leído en escritos más extensos. Ha sido un placer.
    Un abrazo.

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  2. Tati Cascada, pues he tenido que pasar a darle un repaso pues lo hice con el móvil, quería entretenerme mientras esperaba que me atendieran en una consulta y mira por donde estaba incompleto o faltaba completarse, ya sabes, tocas teclas y las letras se resisten. Ahora creo que sí al pasarlo totalmente a word.

    Gracis. Te recmiendo una bella prosa titulada: "Druna lo sabía", tendrá como ocho años de publicado pero es más viejo. "UNa mona monísima"..., "Sueño de mar" (prosa)Hay muchas, pero la que más me llena son: "Son dos"... Para mí las más hermosa, Aunque mi personaje "Don Anselmo" me desdobla. Y una poesía mística sin métrica que titulé: "Ovó el cielo" y cuando terminé temblaba, luego, "Búsqueda etérea". Esas tres que digo al final son parte de una experiencia que yace en mi memoria.

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