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martes, 23 de junio de 2009

Búsqueda etérea

Hoy he buscado en el beso fresco de una brisa suave que bajaba al valle. Hoy fui a esperarte al dintel de los montes; y me quedé dormida sobre el mullido suelo sobre mis verdes hierbas. Y la tarde se marchó con el ocaso apagado, sin decirme nada…

¡Y tú no llegabas!
Un ruido de alas atravesó el collado… Un cúmulo de nubes pasó corriendo a prisa… Las sombras avanzaron… Y sola e inquieta me sentí vacía.

La oscuridad fue muda… Se adentró fatigosa, raptó la luz de mi utopía; se apoderó del monte con todo afán de codicias y suspiré de nuevo triste y me quedé dormida.¡Y tú no llegabas! Y al alba salí en tu busca… con mi pertinaz deseo, indagando amor en todo. -¡Oh de mi flama encendida como novia en himeneo!- … Atravesé los caminos, los parajes de los ríos subiendo por las laderas, saltando desfiladeros, descendiendo a cada abismo… Reclamándote de nuevo, penetrando entre la niebla de otra inquieta tarde nueva.

¡Oh, de estéril y fatuo cansancio por los temores prohibidos, por los ingratos senderos de mis inconstancias nimias; infranqueables subterráneos donde vigila la insidia, censurando los pecados en esos dudosos sueños de amantes y de imposibles, donde se aloja la vida, refugiada en sus desvelos sin saber... ¡si estás muerta o sigues viva!

¡Y tú no estabas!

Era yo la impar peregrina, viajera vivaz e infinita de un espacio ya vacío. Un etéreo ser incorpóreo, un alma que va sin dicha y teme caer al fondo de un lóbrego acantilado, como cualquier golondrina fulminada por un rayo.

¡Y no te encontraba!

Te busqué incesante, laxa, agotada, consumida. Penetré de nuevo en la niebla que mis noches extendían y... allí estabas inmóvil, sentado… Tenías fija la mirada en la nada sobre el ara, nuestra roca la el tiempo, fundida; pensando en un suicidio de las ideas que nos duelen, las del dolor que nos lloran y en todo eso que nos separa, lo que no se nombra y se va enterrando por horas, perdiéndose en lejanías donde se mata en distancias. … Me acomodé a tu lado y te abracé en silencio. No te dije nada más y allí los dos nos quedamos. Estábamos por fin juntos. Dos almas sin sus dos cuerpos encontradas para siempre, llorábamos nuestro destino, como almas penitentes de un ayer y un hoy ingrato de agonizantes mañanas. ¡Dos almas por fin se encontraron cuando aún expiaban su tiempo!


* Elisa.
08 de marzo de 2005

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