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jueves, 23 de diciembre de 2010

UNA NAVIDAD QUE NO OLVIDO - "Envoltorio de sueños"


Tarjeta dibujada a lápiz, coloreada y realizado sobre la mitad de una hoja de papel de folio por: Elisa Lattke 
Técnica utilizada para algunos efectos: Paint de Windows y Foto Editor


La Navidad en cada uno de nosotros la vemos con el tiempo de diferente manera. Les contaré: 

Me enseñaron a amar estas fechas porque se vivían momentos muy tradicionales y cristianos. El pesebre y árbol estaban siempre juntos tanto como las diferencias religiosas que unían mi familia en lugar de separarla, y sí por otras circunstancias de la vida. Pero las opiniones religiosas no eran motivos que se notaran, así que no se notaba en ningún momento lo que se encerraba en el corazón de ambos, mis padres. Pero sí que me encantaba jugar con "el envoltorio de los sueños" como le llamaba al papel regalo y atar mis rizos, con la cintas de seda de esos regalos, cargado más de dulces que de verdaderos juguetes. ¡Nos empachábamos con ellos mis hermanos y yo! Al final había que tomarse un asqueroso purgante compuesto de las hojas de paico machacadas y aceite de ricino, pero muy efectivo para sacar las lombrices. Mi abuela conocedora de hierbas hacía de médico siempre improvisado, especialista en fitoterapia. Ya se sabe que en un país tropical estas cosas son normales. Mis padres estaban en el mundo y eso era importante. Hoy, los padres están en segundo término cuando los niños ven los regalos que reciben, es que ni se enteran del esfuerzo que hacen para hacerles felices.

Una de  tantas veces por Navidad no vino mi padre y cogí un berrinche que no había forma de hacerme callar. Mi abuela me llevó al patio de la mano. Era de noche y debía de estar acostada, pero seguía esperándole subida a la ventana que daba al camino que venía del pueblo. Había esperado todo el día a mi padre junto a mis hermanos. Supe que la muñeca que tenía en mis manos, la que me había regalado "el niño Dios" no era tan importante como él. Así que cogí y le di una patada y la lance a la cerca de los lindes donde quedó colgada. Mi abuela reía a escondidas con mis hermanos para que no supiese lo divertido que les pareció mi gesto. Mi madre me prometió darme tres correazos por soberbia.

En un claro donde los árboles dejaban ver las estrellas, en mitad del patio, con el sonido del monte la selva y el río cercano, "mi maga", como así llamaba a mi abuela, señaló el cielo y me dijo: ¡Mira arriba esa maravilla, se llama la "Vía Láctea" y como ves es bellísima y está en todo su esplendor. Tendió una estera de cáñamo en el suelo y nos acostamos a mirar el firmamento junto a mis hermanos.

Siempre nos íbamos temprano a la cama ¡y nos perdíamos algo así tan bello!, pensé. Me quedé maravillada con esa visión tan hermosa que nunca dejé de mirarla durante mi niñez , juventud y ahora tan mayor como lo era entonces mi abuela en aquel tiempo.  Recuerdo que ella me dijo: “Disfruta del más grande regalo que Dios nos regala 'ranita', que nosotros tenemos otro mucho más grandes, y es el amor que nos damos todos, el que te damos y todo ese montón de estrellas de arriba, si bajaran, nos sabríamos dónde ponerlas de lo grandes que son, por eso Dios las tiene allá colgadas y como están tan lejos las vemos pequeñas, pero ese regalo nos lo da todos los días."

Oyendo hablar así a mi abuela, ¡hubiese cambiado la muñeca por una estrella!
Era una niña de escasos seis o siete años y me quedé mirando extasiada el cielo por un buen rato, hasta donde alcanzaban mis ojos, parecía que soñaba despierta por primera vez, hasta que el cuello me dolió de tanto como disfruté de ese momento.

 Desde entonces deseo volver a ver de nuevo un cielo así de despejado, limpio y brillante donde disfrutar de tan hermoso espectáculo; todo un milagro natural desde el lugar que ocupo en este planeta. Pero aquella vez no vi a mi padre llegar con los regalos para mis hermanos, mi madre y para mí. Sí una semana después pude abrazarlo y la muñeca permaneció colgada en una cerca del patio para que no se mojara; mi abuela la mantuvo tapada con un cubo de metal  donde la había dejado...¡Ella tenía la culpa, se la había pedido al "Niño Dios" y no le había dicho, que lo quería para ese día era ver a mi padre!

Cuando pude verle de nuevo esa noche antes de acostarme, cogí a mis padres de la mano y los llevé al patio para que viesen lo mismo que me enseñó mi abuela... Pero no miraron el cielo, estuvieron largo tiempo besándose y mis hermanos y yo sonreíamos viéndoles, ellos se olvidaron de las estrellas "porque las llevaban dentro" - dijo mi abuela- y grito desde la cocina donde preparaba café: "Ya podían haber apagado las luces de la casa que las estrellas de los ojos de vuestros padres están en otro cielo."

Con el tiempo entendí que ellos, mis padres, también ataban sus "envoltorios de sueños" con otras cintas... Cintas que el tiempo se encargó de desatarlas... Y, yo, aún sueño pensando si podré hacer "envoltorios" con todos esos recuerdos. Esta Navidad me pediría una estrella pero sé que debo contentarme con la luna... ¡Por lo menos la tengo más cerca, seguro!

Elisa.

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La vida no tiene paisajes oscuros o vacíos, toda ella es luz, color y movimiento; si miramos con los ojos del alma será siempre amor y poesía. (Ranitazul-06)

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